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La Nueva España

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Louis Díaz
Louis Diaz
Hijo de asturiano, ex agente de la DEA y actor

“La aptitud mental para infiltrarse en la mafia es estar loco”

“El barrio en que crecí era muy bruto, de mafiosos, camioneros y estibadores, y sus hijos también eran así; para cualquier cosa tenías que pelear”

Louis Diaz fue el agente que trabajó más tiempo encubierto en la historia de la DEA y estuvo entre los primeros hispanos que trabajó en el departamento del Tesoro. Participó en casos sonados relacionados con la mafia de drogas de Harlem, la heroína en Londres y organizaciones dependientes de Escobar en Colombia. En la organización antidroga le llamaban “Louie, el actor” y en el cine y la televisión -a la que también se dedicó-, Louis Casal.

Lou explica su historia a partir de su padre, el asturiano Alfonso Díaz Canellada, que nació en La Habana, combatió en la guerra civil española en el lado republicano, logró salir de la cárcel franquista, se jugó la vida en la marina mercante durante la Segunda Guerra Mundial y atracó para construir su vida en Brooklyn.

Dancing with the Devil
Portada de las memorias de Louis Diaz, realizadas junto al periodista Neal Hirschfeld.

Alfonso, el asturiano, fue un hombre duro que se aseguró de que su hijo, crecido en un barrio con gánsteres, quedara del lado de la ley. “Me daba palizas pero crio una fiera. En la calle no me podía nadie”, contó Louis Diaz que ha escrito su biografía “Dancing with the Devil: Confessions of an Undercover Agent”.

El infiltrado ahora vive entre España y Estados Unidos. Habla un buen español que, a veces, empasta con el inglés. Le gusta contarse y después de cada pregunta anuncia que viene una historia. Y es así.

-Nací el 25 de febrero de 1946, en Brooklyn, Nueva York, el barrio más precioso del mundo, cuando la vida era más pura e inocente y los chiquillos jugaban en la calle. Después de la guerra estaba todo repleto de niños. Había muchos edificios de 4 plantas y cada piso tenía 2 o 3 niños. En cualquier parte de la calle había un juego o un amigo. La mayoría eran italianos e irlandeses y una pequeña colonia española de gallegos, vascos y asturianos.

-¿Los españoles tenían algún centro de reunión y ayuda mutua?

-Sí, alrededor del Club Segura que tenía un equipo de fútbol. Mi padre era socio e iba allí a jugar a las cartas. Cuando llegaban españoles a América, a veces escapados de los barcos, sabían que tenían que ir allí para que les ayudaran a encontrar un empleo y un lugar donde dormir. Mi padre trabajó fuerte y teníamos una casa con cuartos amueblados y les dejaba vivir allí durante un tiempo. Mi madre les daba de comer. La mayoría trabajan de pintores y albañiles.

-Hable de su padre.

-Se llamaba Alfonso Díaz Canellada había nacido en La Habana en 1918. Era hijo de asturianos emigrantes y regresó a Gijón con 5 años. Lo llamaban “El Rubio”. Era el hombre más bravo que conocí en mi vida y creció en la calle entre gánsteres, estuvo en el ejército y trabajó en la policía. Era obrero, muy fuerte. Y de UGT. Le cogió la guerra en Bilbao con 18 años y combatió en Ochandiano (Vizcaya), en el frente vasco.

-Era socialista.

-Tengo un problema de definición. Socialista no es lo mismo que comunista ¿verdad?... Papá peleaba por los derechos de otros, era honesto y fuerte para defender la verdad y lo sano. En los muelles de Cuba vio mucha explotación y empezó a pelear con los jefes y la policía secreta de Cuba puso una orden de muerte sobre él. Escapó y embarcó. Mientras estuvo fuera llegaron a Cuba agentes de la línea Moore McCormack buscando marineros porque los americanos no querían trabajar en mercantes rumbo a Inglaterra porque los torpedeaban los submarinos nazis. Mi padre se enroló, estuvo en Inglaterra y casi lo matan en un bombardeo. Fue mercante durante cuatro años de la segunda guerra mundial. Desembarcó en Brooklyn y se quedó.

-Hable de su madre.

-Se llamaba Enriqueta del Rey Alcocer, de origen vasco. Había ido de niña a Cuba y conoció a mi padre entonces. La abuela materna se casó en un matrimonio de arreglo con mi abuelo, Benito Varela, que tenía una hija y dos hijos. Mi madre vivió en Nueva York más con la abuela que con los Varela.

Su padre, Alfonso Díaz Canella, durante la guerra civil española
Su padre, Alfonso Díaz Canella, durante la guerra civil española.

-¿Cómo se reencontraron sus padres?

-Bailando en un club. Papá había bebido bastante y andaba alardeando “soy asturiano y no hay nada mejor en el mundo”. Mi mamá lo conoció y le dijo “¡qué asturiano! Tú eres cubano”. Así empezaron.

-¿A qué se dedicaban cuando usted era un niño?

-Papa trabajaba de marino mercante y cuando estaba en tierra era carbonero que encendía las calefacciones de todo el barrio. Mi mamá trabajó para el departamento de guerra cosiendo paracaídas, me llevaba al taller y me metía en una caja de cartón para poder cuidarme.

-Tenían poca ayuda...

-Mi abuelita era mi santa, todo para mí, me crió hasta los 7 años y le tuve un amor difícil de describir. Cuando salíamos juntos siempre me compraba algo. Me llevaba de la mano... tenía un dedo muerto que me daba grima.

-¿Cómo era el ambiente en casa?

-Era un apartamento pequeño encima de la bodega de un italiano llamado Leo Sacco. Todo era bruto: un coscorrón y vete, te quiero.

-Creció en Red Hook, las calles de la película “La ley del silencio”.

-El barrio era muy bruto, de mafiosos, camioneros y estibadores, y sus hijos también eran así. Para cualquier cosa tenías que pelear. O comías o eras comido. Cuando tenía 7 años mi abuela y yo íbamos a una pastelería y en la esquina había un chico de 10 años, que quería ser mafioso, apoyaba una pierna en la pared, vestía cazadora, calzaba botas de motorista, se peinaba como Elvis Presley, fumaba y se metía conmigo: “Ahí viene el niño de mamá”. Odiaba pasar por esa esquina. Un día le conté a mi abuela lo que me fastidiaba y me dijo: “¿y qué?, pues vete y dale una hostia”. Me sorprendió, pero aquello iba conmigo. Fui hasta el chico, le di un puñetazo en la nariz y fue sangrando y corriendo hacia su madre. Nunca me volvió a molestar.

-¿Se peleaba mucho?

-Una vez a la semana era poco, por una falta de béisbol, por machismo. Había un muchacho irlandés flaco y alto mi abuela se compadecía de él porque era pobre. Su padre era muy malo. Cuando comía con nosotros para él era una bendición, pero su padre quería que me pegara para fastidiarme. No me gustaba pegarme con él porque sus huesos me hacían daño al golpearle, pero le pude. A veces tuve que pegarme con su hermano y les pude a los dos. De joven era muy fuerte y tenía el genio de mi padre.La carga de adrenalina me entraba como heroína y explotaba como Superman.

Alfonso junto al fiscal general Robert Kennedy
Alfonso junto al fiscal general Robert Kennedy.

-¿Cómo fue la relación con su padre?

-Complicada. Soy el primogénito. De jovencito papa era mi dios. Era guapo, gustaba a las chicas del barrio, aunque era familiar. Era muy rígido y moralista. Siempre encontraba falta en el sistema. Dejó los barcos, porque tiró a un tipo al agua.

-¿Cómo era en casa?

-Recto. Hasta los 5 años estuvo bien conmigo. Una mañana temprano en la que yo estaba jugando con los soldaditos en la sala hice algo más de ruido del debido, se levantó, me dio correazos y me dejó las piernitas coloradas con la hebilla del cinturón hasta que mi madre le gritó: “¡déjalo, animal!”. Otra vez, jugando a disparar al ejército contrario, lancé una cerilla con un cañón y se prendió fuego una cortina. Me dio una paliza y apagó las llamas con una pecera en la que tenía dos tortugas que dejó fritas. Yo lloraba sin poder tomar aire. Luego no me pegó más y fue justo.

-Un tipo duro.

-Sólo le vi con lágrimas en los ojos al recibir la carta con la noticia de la muerte de su madre, a la que quería traer a Nueva York. Arrugó la carta, la arrojó al suelo, se fue a dormir y se acabó. El abuelo sí pudo venir con un primo de mi padre, Julio, al que habían adoptado los abuelos porque su hija, mi tía Luisa, pasó 17 años en la cárcel franquista.

-¿Qué formación tuvo?

-Católica estricta y, en parte, la odiaba porque ya eran estrictos en casa y me decían: tienes que obedecer y si te pega, aguantarte. Salía del fuego y caía en las brasas. El colegio estaba a cincuenta metros y las monjas pasaban por casa y le contaban a mi madre lo que hacía.

-¿Qué tal estudiante era?

-Regular, tenía que estudiar fuerte para sacar las notas.

-¿Cómo creció en un vecindario con gánsteres?

-Siempre trabajé haciendo recados de comida a domicilio para Leo Sacco, el dueño de la cantina que vivía debajo. Él daba con la escoba en el techo y yo bajaba. Leo tenía un hermano que formaba parte de la mafia grande en Brooklyn, socio de Joe Gallo, “el rubio”. En “El Padrino” estaba representado en el grupo que peleó contra Profaci.

-¿Los conoció de cerca?

-Sí. Por mi esquina, de camino al tren o al autobús, siempre pasaba Perky, un tipo de Gallo, que me cogía por el cuello, me daba un coscorrón cariñoso y boxeaba un poco. Me llevó a ver a Joe Gallo para que pagara los bates y bolas de mi equipo de baseball y yo estaba agradecido. Me daban dos o tres dólares por llevar los números y las apuestas de una lotería al hermano de Leo, quien, a su vez, se las llevaba a Gallo. Hasta que se enteró mi padre. Un día fui al club y Joe Gallo me dijo: “Louis, no puedes venir por aquí”. Yo tenía ganas de llorar.

Alfonso Díaz sujeta al hermano de Louis, de 4 años. La abuela, Adela Varela, con Louis, de 7 años
Alfonso Díaz sujeta al hermano de Louis, de 4 años. La abuela, Adela Varela, con Louis, de 7 años.

-¿Se lo pidió su padre a Joe Gallo, “Crazy Joe”, un gánster diagnosticado de esquizofrenia, que había matado a Albert Anastasia, el jefe de la familia criminal Gambino, los genoveses?

-Sí. Mi padre tenía un camión de cojones, ja, ja, ja, ja. Joe encontró a mi padre tan loco como él. Se lo vio en los ojos. Hay muchas cosas que indican quién eres como hombre: la mirada, el andar, la manera en que fuma.

-¿Usted estudiaba?

-En el instituto, sí.

-¿Cómo fue su adolescencia?

-Inquieta. Un día, cuanto tenía los 16 años y estaba con mis amigos en nuestra esquina unos patrulleros, que eran unos corruptos, le entraron a mi amigo Jimmy llamándolo hijo de puta irlandés. Le pedí al que lo había dicho que tuviera más respeto, que no estábamos haciendo nada y el policia quiso humillarme quitándome el gorro de lana que llevaba. Le doblé de un puñetazo en la barriga. Su compañero me arrojó contra el coche, me dieron puñetazos, me pusieron las esposas y me detuvieron.

-Buen lío.

-El barrio la armó. Las mujeres gritaban desde las ventanas que me soltaran y los amigos fueron corriendo detrás del coche patrulla hasta la comisaría. Yo conocía al sargento McCarthy, irlandés, buena persona. Antes de que me ficharan, McCarthy me comentó que esos tipos no sabían si eran policías o gánsteres, que me olvidara de ellos y que fuera al Trinity Club de boxeo. Allí había otro sargento a cargo del programa de boxeo y empecé a entrenar con el saco.

-¿Qué tal le fue?

-Tenía potencia y habilidades. Mi padre me decía “no te metas en el ring hasta que sepas más”.

-¿Y la primera vez que hizo guantes?

-Me pusieron un flaquito de mierda puertorriqueño y pensé que iba a matarlo. Cuando sonó la campana el puertorriqueño era como un mosquito mordiéndome por todos lados. Yo no sabía dónde estaba. Hasta que lo cogí por el cuello y empecé a meterle hostias de calle. Nos separaron. El flaquito me dijo “tienes mucha potencia”. Era Custoso, que había ganado cuatro años los guantes dorados, el premio más importante de Estados Unidos.

-Entró en la Universidad.

-Para hacer artes liberales -Física, química, matemáticas- y a los 6 meses empezó un programa con la marina por el que podías ser oficial después de unos cursos. Escribí y firmé un contrato. El entrenamiento era navegar una semana al mes. Quería salir de casa.

Durante la Operación Stop Prop para identificar laboratorios de droga en la jungla de Bolivia, a finales de los ochenta
Durante la Operación Stop Prop para identificar laboratorios de droga en la jungla de Bolivia, a finales de los ochenta.

-¿Por qué?

-Ya podía plantarle cara a mi papá, pero no quería perderle el respeto. Pensé que el ejército me enderezaría. Un amigo, Nicky Estavillo (que llegó a ser jefe de patrulla de la policía de Nueva York con 50.000 hombres a su cargo) y yo queríamos entrar en los marines porque eran buenos y el uniforme era bonito. Fui a apuntarme pero no pude porque ya estaba en la Marina. Un sargento me dijo que me apuntara en el Ejército y desde ahí puedes saltar a ser marine pidiendo ser de los primeros a los que llamen. Así fue. Me escribieron pronto. Ingresé y serví dos años.

-No le tocó Vietnam.

-Lo pedí y no lo aceptaron. Tuve suerte. Habría vuelto en un ataúd.

-Sirvió en Alemania.

-Con problemas desde el primer día. Navegamos 9 días más de 2.000 hombres en un barco para 1.500, sin poder ducharme porque tenías que levantarte a las 4 de la mañana para desayunar. Llegué echo mierda. Nos llevaron a Büdigen y el sargento me envió a la compañía B. Después de comer fui al batallón, casi no podía con mi petate, y el sargento primero no me daba permiso para entrar. A los 10 minutos, entré sin permiso y me presenté diciéndole: “¿quién te crees que eres, mierda?”.

-¿Qué le contestó?

-¡Ah, eres de Brooklyn también! Y me mandó a pintar el sótano. Cuando estaba acabando encontré a un negrito pintando y me dijo “debes de ser la hostia: esta tarea es para los problemáticos y tú acabas de llegar”. Me llevó a otra compañía y me ingresó allí. Me buscó un cuarto. Tenían influencias. Le invité a comer, me juntó con italianos, hispanos, negros y me presentó a Johnny Rosa, un puertorriqueo guapo. Nos caímos bien y me admitió en su grupo.

-¿Era importante?

-Daba acceso privilegiado a los mécanicos, a los policías, al médico, a los cocineros. Cuando le llegó el momento de licenciarse éramos casi hermanos y me dejó al frente del grupo. Desarrollé más influencia. Si llegabas a las 4 de la mañana, el cocinero te abría la cafetería. Si estabas borracho, el médico te daba la baja.

-A la vuelta se casó.

-Con Iris, neoyorquina de origen puertorriqueño. Yo tenía prejuicios contra los puertorriqueños y al conocerla los dejé atrás. Era increíble.

-¿Cómo la conoció?

-En el ejército me hice amigo del novio de su hermana. En su cuarto, el tío tenía un retrato con las dos. Iris me noqueó de guapa. Le envié una carta y seguimos escribiéndonos. Fue a conocer a mis padres mientras yo estaba en Alemania. Cuando me licenciaron, salimos juntos y en un tiempo nos casamos. A los 22 años nació nuestro hijo Louis John y en 1972, nuestra hija María Dolores.

"El miedo viene de no saber dónde te estás metiendo pero como crecí en la calle sabía dónde estaba"

-¿De qué vivían?

-Trabajaba de técnico en una telefónica. Quise entrar en la policía. Superé los exámenes y las pruebas físicas de largo pero exigían una estatura de 1,73 y yo medía 1,70. Un policía me habló de otros departamentos en los que la estatura no era excluyente. Seguí en artes liberales.

-¿Cómo entró en el Departamento de Tabaco y Armas.

-Cuando paseaba a mi hijo alrededor de la manzana siempre saludaba a un hombre muy simpático. Un día me invitó a entrar en su casa y mientras me servía un trago miré alrededor y tenía fotos con Nixon, con presidentes, premios, diplomas del Tesoro. Le pregunté “¿quién coño eres?”. Me respondió que era el encargado de los servicios secretos de Nixon. Le comenté que siempre había querido ser un agente federal, desde una serie que veía en televisión.

-Se lo puso a huevo.

-Me dijo que, como estaba en la universidad, había servido en el ejército y mi aspecto podía pasar por italiano y por cubano, intentaría meterme. Y lo hizo.

-Durante 3 años. ¿Entró de agente encubierto?

-Sí, porque sabían de mis conocimientos del barrio y no tenía pinta de agente anglosajón con traje oscuro. Me juntó con un portorriqueño Rafael Martínez -casi un hermano- y resolvimos 10 casos al año, cuando lo normal era resolver uno. Nos infiltrábamos en las pandillas.

-¿Qué aptitudes psicológicas hay que tener para ser un infiltrado?

-Estar loco, ja, ja, ja, ja. Tienes que ser rápido de palabra, cambiar las historias y que se sostengan. Eso no se aprenden más que en la calle. El miedo viene de no saber dónde te estás metiendo. Como crecí en la calle sabía dónde estaba.

"Los malos saben que van a caer y prefieren que sea por un policía honrado que por otro gánster, un informante o un envidioso, porque tendrán juicio"

-¿Le costó tratar con delincuentes que no son malos todo el día?

-Sí. Un informante me introdujo con un chico que trabajaba en una bodega haciendo bocadillos y vendía pistolas en Williamburg, un barrio de Brooklyn. Antes de llegar al trato salíamos a comer algunas veces y me pareció buen chaval. El arma que ofrecía se la habían vendido a él, no era gran cosa… Al mes me dijo “Louis, ¿quieres ser padrino de mi hijo?”. Di una excusa. No lo entregué. Informé que el caso era una cagada. No volví a saber de él.

-¿Era un infiltrado que dormía en casa?

-Al principio no teníamos un apartamento ni nada. No comentaba nada en casa. Iris, además de una santa -no sé cómo tuve sexo con ella- nunca reflejaba sus preocupaciones conmigo y yo tampoco.

-Entró en la Administración para el Control de Drogas (DEA) en los inicios.

-Mi reputación hablaba por mí porque había hecho casos importantes relacionados con el crimen organizado. Buscaban agentes y los transferían a la DEA. Un jefe, Jim Hunt, supo de mí por otro agente senior envuelto en la “French Connection”. Fue como un ascenso.

-Pero a un blanco de origen español se le ve muy bien en el Harlem negro, donde detuvo a Nicky Barnes.

-Preparé un buen plan. Mi informante era muy bueno y no estaba metido en drogas pero se crio con Wally Fisher, el hermano de Guy Fisher, mano derecha de Nicky Barnes. Wally fue mi caballo de Troya. Pensé que imaginarían que un negro podía actuar como encubierto, pero no un blanco.

-¿Qué les contó?

-Que era primo del informante, que hacía trabajos para la mafia -robo, matanzas- pero que no estaba con ninguna familia y que los Colombo o los Genovese ya no confiaban en mí. Dije que había estado metido en el negocio de las drogas, que había ido a California durante un año y al volver, sin contactos, los negros podrían ser mis proveedores. Poco a poco fui subiendo las escaleras.

Lou Casal con el actor Paul Sorvino
Lou Casal con el actor Paul Sorvino.

[Durante un año, Diaz compró heroína y lavó dinero para los subordinados de Barnes y obtuvo pruebas contra él. Arrestó a Barnes, conocido como “Mr. Untouchable” (Señor Intocable) en 1977. Fue condenado por una gran cantidad de cargos de drogas, incluida la conspiración. Con él cayeron los miembros principales de el “Consejo”, su organización de narcotráfico.

-Sigo teniendo contacto con ese informante, al que tuvimos que proteger como se ve en las películas.

-En 1982, participó una investigación encubierta en Londres.

-La operación Henry, primera vez que actuamos en un país extranjero. Arrestamos a un narcotraficante importante en Nueva York y le ofrecimos cooperar a cambio de reducirle la pena. Lo dejamos en su apartamento y llamó a su contacto para que le trajeran un kilo de cocaína. Ni él conocía a quien se la iba a traer. Un compañero y yo nos apostamos en un restaurante cercano, mirando la calle, llovía. Tengo instinto. Pasó un muchacho rubio de aspecto bohemio y dije: “Georgie, ese es él”. Salí, lo alcancé, le mostré la placa y le dije “eh, ¿dónde vas tan rápido?”.

-¿Qué hizo?

-Se puso nervioso. Le avisé: “te vamos a registrar” y contestó: “no hace falta, aquí está lo que buscan”. Lo llevamos en coche a la DEA y le ofrecimos cooperar. Dijo que no informaría de los colombianos porque te arrancan la lengua y te la meten por la garganta, pero que conocía una banda de ingleses que le ofrecían transportar heroína. Le propuse que contactara con ellos y les dijera que tenía unos compradores habían quedado sin su fuente y necesitan suministradores.

-¿Cómo contactó?

-Llamó a Inglaterra y dijo: “Oye, tío, tengo alguien que quiere conocer a tío Henry”. Henry, por la “h” de “heroína”. Acordaron que le enviarían una muestra en un libro. A la semana llegó el libro y no encontramos nada. Telefoneó a Inglaterra. Estaba oculta en la espina, lo que une todos los cuadernillos. En el laboratorio dictaminaron que era casi pura. Los jefes aprobaron el caso y fuimos a Inglaterra con los de Aduanas en el caso. El bohemio concertó una cita con los traficantes en un restaurante.

-¿Quién apareció?

-Un tío al que convencí de que estaba asociado con una familia italiana y tragó el anzuelo. Le pregunté quiénes eran ellos y me dijo: si quieres saber quién soy mira en el periódico de tal fecha la noticia de una fuga de la cárcel.

Pelea de semifinales de los guantes dorados de N.Y. contra Juanito De Jesus, campeón de varios estados en el Madison Square Garden
Pelea de semifinales de los guantes dorados de N.Y. contra Juanito De Jesus, campeón de varios estados en el Madison Square Garden.

-¿Qué negocio concertaron?

-Propuse un primer cargamento de 4 kilos. Dije que mi hermano era piloto y que transportaría la droga a los Estados Unidos. A la vuelta, en el tren, me di cuenta de que nos seguían. No se fiaban, normal. Hice como en la película “French connection”. Bajé del tren en el mismo instante en que iban a cerrar las puertas y los saludé desde el andén. Cuando volvimos, los de Aduanas miraron los periódicos y era Don Leslie, el tipo que ayudó a escapar a Ronnie Biggs, autor del gran asalto al tren.

-¿Cómo fue el intercambio?

-Los cuatro kilos eran 80.000 dólares que debía enseñar a Leslie en el banco. Lo hice y confirmamos el trato. Quedamos en hacer el intercambio en un hotel. Y cuando llegó el momento, por alguna razón, se pudieron nerviosos y dijeron: “vamos a hacer esto otro día” y se fueron con la heroína. Ordené que los detuvieran pero los policías se volvieron locos y fue un lío de puertas, escaleras, ascensores... Cogieron al italiano que traía la heroína, me arrestaron, fui a la cárcel… El italiano no dijo nada. A los dos me soltaron y abandonamos el país. No cogimos la heroína hasta seis meses después, que se cerró la operación.

[Después de 10 años con la DEA en Nueva York, fue destinado a Los Ángeles, como agente de campo senior y jefe de Operaciones Técnicas. Diaz también operó en Latinoamérica.

Fue uno de los principales agentes encubiertos de la Operación Piscis, desarrollada en Colombia y Panamá. Blanqueó más de 50 millones de dólares para José López y Alfonso Reyes, miembros del cartel de Medellín cercanos a Pablo Escobar, que cayeron en una gran redada de más de 350 acusados en la que se incautaron más de 9 toneladas de cocaína y de 100 millones de dólares. Edwin Meese, que fue Fiscal General, la calificó como la investigación encubierta de drogas más exitosa en la historia de Estados Unidos.

En 1988, Estados Unidos y Bolivia lanzaron la Operación Alto Horno para erradicar los campos productores de coca ilegal y los laboratorios clandestinos de producción de cocaína en las regiones selváticas de Chupari y Bene. Díaz hizo 26 vuelos en Black Hawk y ayudó a identificar y destruir 16 laboratorios clandestinos de cocaína].

-¿Vio la muerte cerca?

-A mediados de los setenta, en un caso de cinco kilos de cocaína. Acompañé a un traficante a ver la mercancía en el baño del Club Ali Baba y, al cerrar el pestillo del baño, le di la espalda y oí el inconfundible chasquido de un calibre 45 cargando una bala. El tipo me dijo: “Si eres policía estás muerto”.

-¿Cómo salió de esa?

-Le dije: “si crees que soy policía, hijo de puta, jala el gatillo”. Se disculpó alegando que estaba bajo mucha tensión. La mala leche vino en mi ayuda.

“Dejé la DEA y caí en una depresión 3 años, lo peor de mi vida”

-¿Es verdad que tuvo una depresión al dejar la DEA?

-Si. Y no se lo deseo a nadie. He tenido dos cánceres, me operaron del corazón y de una pierna y nada de eso se pudo comparar a lo que sufrí por la depresión.

-¿Qué la causó?

-Fue una jubilación de fracasos. Como era buen cumplidor conocí mucha gente importante -fiscales, jueces y abogados- y cuando eso acabó me encontré sólo y me sentí como un quijote sin camino. Perdí a mis padres y la gota que colmó el vaso fue en 1996, cuando murió mi esposa. Estuve 3 años a tratamiento. Mi doctor me hizo un test de ADN y me dijo que no tenía dopamina ni selenio suficiente. La medicación lo controló en tres meses.

-¿Se corre riesgo cuando se abandona la DEA? Imagino que habrá dejado buenos enemigos…

-Dejé muchos amigos buenos porque es como las amistades de guerra, que dejan hermanos de por vida. ¿Enemigos? No soy un católico fanático, creo en Dios, pero tuve un ángel a mi lado. Tendría que estar muerto por todo lo que pasé. Pero nunca di razón.

-¿Razón? ¿No basta ser policía?

-Los malos saben que van a caer con un policía, con otro gánster, con un envidioso o con un informante y prefieren hacerlo con un policía honesto porque tendrán un juicio. Tuve la reputación de ser honrado en los juicios. Nicky Barnes me dijo en el pasillo de los tribunales “Louie, eres un hijo de puta pero hiciste lo que tenías que hacer y lo hiciste bien, viejo”.

[Su apodo en la DEA era “Louie, el actor” y la casualidad le llevó a iniciar una carrera como actor con el nombre artístico de “Lou Casal”, el apellido de una abuela. Fue durante sus 11 años de trabajo en Los Ángeles].

-¿Cómo empezó a trabajar en cine y televisión?

-Fue en 1990. Solía comer en un club que frecuentaban actores y directores y conocí gente del espectáculo. Un actor que se llama Robert Foster me introdujo y me presentó a Bill Lustig, un director importante, que me quiso dar un papel.

-¿Tenía experiencia?

-Nunca había hecho un casting antes pero me dieron el texto y memoricé lo mío y lo del personaje al que daba a réplica. No se creyeron que fuera mi primera vez y el actor, que era Robert Davi, un tipo conocido con la cara picada, insistió en que me quería para el papel. Así empecé en la película “Maniac cop”.

[Participó en más de veinte series de televisión como “Policías de Nueva York” de Steven Bochco o “V.I.P.”, protagonizado por Pamela Anderson, varias obras de teatro y películas de Hollywood].

"Parte de lo que hice en mi vida fue para buscar la aprobación de mi padre; hice lo que me podía dar éxito y el mundo era un teatro para mí"

-¿Fue importante la interpretación para usted?

-Entró en lo que soy yo. Con el tiempo revisé quién era y concluí que parte de lo que hice en mi vida era para que mi padre viera quién era yo. Buscaba su aprobación. Ese iba a ser el título de mi libro biográfico. Hacía todo lo que me podía dar éxito y el mundo era un teatro para mí.

[Louis Diaz apareció en el documental donde habló sobre crecimiento personal y sobre cómo su relación con su padre influyó en su vida. y escribió el libro “Dancing with the Devil: Confessions of an Undercover Agent” (2010), con el reportero Neal Hirschfeld del “NY Daily News”].

-¿Su padre llegó a darle su aprobación?

-Sí, en noviembre de 2000. En el lecho de muerte, me tumbé con él, lloré, lo abracé y dijo dos cosas antes de expirar : “Mama” y “Luis”.

-Volvió a casarse.

-Hace 20 años. No sé dónde se va el tiempo.

-¿Cómo conoció a su mujer?

-Cuando estaba deprimido y vine con mi primo a Asturias...

"En Covadonga y Gijón sentí una conexión espiritual profunda de ser americano y español orgulloso a la vez"

-¡Ah! conoce la región.

-Mi hija me propuso que conociera a mi familia. Quedé con mi primo en Madrid, fuimos a Asturias y estuve en Covadonga y Gijón. Me pareció precioso, sentí una conexión espiritual, algo muy profundo: ser americano y español orgulloso a la vez.

-¿Y qué tiene que ver eso con su actual mujer?

-En Covadonga, mi primo me dijo “si bebes de esas aguas vas a tener suerte. Vas a tener amor en tu vida”. Pensé que eso no estaba mal. Llamé a la embajada española y pregunté si tenía alguna organización para conocer gente, me hablaron de algunas fiestas pero cada vez que iba a una era el desparejado.

-Hasta que...

-Me avisaron de una fiesta en la academia de oficiales de San Diego fui y en mi mesa había una señora soltera. Cuando salimos a bailar entró un grupo en el que había una mujer que, cuando la vi, fue como si hubiera recibido un golpe en la cabeza con un bate de beisbol. Fue la primera vez en mi vida que me pasaba eso. Casi no pude acabar de bailar. La encontré y la suerte fue que su amiga fue al baño y estaba sola en la mesa. Me presenté en un minuto y me dio su teléfono. A las dos semanas me llamó y empezamos a salir. Antes de dos años nos casamos. Se llama María José Genaro y es de Barcelona.

Louis Diaz con su mujer, María José Genaro
Louis Diaz con su mujer, María José Genaro.

-¿A qué se dedican sus hijos?

-Louis es jefe de un supermercado grande en California y Dolores, maestra.

-¿Fue un padre presente?

-Sí. no dejé que el trabajo interfiriera.

-¿Fue a ver los partidos de baseball de su hijo?

-Fui su entrenador. Gracias a mi reputación, iba donde quería y los jefes me daban facilidades: mejor coche, mejores horarios. Los delincuentes son nocturnos. Llegaba a casa a las 2 o las 3 de la mañana y no volvíaal trabajo hasta media mañana.

-¿Cómo hizo para no repetir el modelo de educación que le habían dado?

-Odiaba la forma en que papá me trató porque era jnjusto pero lo perdoné todo porque era mi héroe. Eduqué con respeto, sin usar la mano, ni muy fuerte ni muy suave. Tengo 3 nietos de 21, 18 y 16 años. Soy abuelazo con la pequeña. Me llama “papa” y me dice cada cosa.

-¿Qué tal siente que le trató la vida?

-Mayormente bien: tuve una buena esposa veitintantos años, tuve buenos hijos y buenos padres, aunque papá me diera para el pelo; tuve buenos amigos, nunca tuve un enemigo, siempre me daba a respetar. Mi actual mujer me sacó de un vacío y me llevó a años buenos. Las enfermedades fueron lo malo de la vida, mala suerte.

La peripecia guerrera del asturiano de Brooklyn, según la contaba

Louis Diaz tiene huecos respecto a la historia de su padre, el asturiano Alfonso Díaz Canellada. Muchos por desconocimiento del contexto español. En parte los rellena Joan Miquel Capell Manzanares (Barcelona, 1960), mosso d’esquadra, que conoció a Louis Diaz en 1991 cuando la Generalitat estaba formando la primera promoción de sus policías autonómicos. Entonces, el enfrentamiento entre los gobiernos catalán y español impidió que los mossos se formaran en la Policía Nacional o la Guardia civil. Después del 92 esta situación se normalizó.

Antes de 1992 la formación especializada de los Mossos se hizo con policías extranjeras. La científica en Friburgo (Alemania). Incendios en Boston. Antidrogas, con la DEA estadounidense.

Capell recibió clases de agentes de la DEA en Barcelona y después fue a conocer varios centros de la agencia en EEUU: Washington, Nueva York. Texas y Los Angeles.

El hombre en Los Angeles era Louis Diaz, que manejaba español. Al año siguiente, Diaz fue a los Juegos Olímpicos de Barcelona y allí trabaron amistad.

En los varios viajes que hizo a EE.UU. Capell conoció a Alfonso Díaz Canellada en una urbanización para ancianos en Orange County. “Era un octogenario malhablado que echaba pestes de los políticos españoles y tenía una idea de Asturias idealizada entorno a la revolución minera de 1934 y la represión militar posterior”, recuerda Capell, que tomó nota de sus conversaciones e intentó contrastar en españa los recuerdos de Díaz Canella. No siempre con éxito. A veces por lagunas en la memoria del miliciano, a veces por problemas de denominación.

Capell no sabe cuánto tiempo vivió en Gijón o en Asturias, desde ese regreso a los 5 años. Sí que la guerra civil le encontró en Bilbao con 18 años viviendo con su madre.

Al inicio de la guerra le subieron en un camión, en Deusto les dieron 50 balas, un fusil y los mandaron al frente. Díaz siempre contaba que estuvo en la primera compañía cuarto batallón de la UGT, a las órdenes del capitán Negrete, pero eso plantea un problema nominal, explica Capell. “En Euskadi se organizan como ejército vasco por no combatir por España hasta que Euskadi consiguió la autonomía. No he encontrado nda nada que aparezca como batallón de UGT”.

Alfonso Díaz entró en combate desde los montes cercanos a Lasarte (Guipúzcoa), sin apenas munición y volvieron andando hacia Bilbao por la vía del tren. En Bilbao se subió a un camión que paró en Balmaseda, a treinta y pocos kilómetros, y pasó a formar parte del batallón de las Juventudes Socialistas y fue a combatir a Ochandiano, donde recordaba el hambre y el frío. A primeros de abril de 1937 se rindieron al ataque de requetés, falangistas y el ejército. Dijo que le había tomado prisionero unos moros que fusilaron milicianos en la carretera hasta que un mando paró la escabechina diciendo que servirían para intercambiar prisioneros. En el recuerdo de Alfonso Díaz el enemigo encarnado era Rafael García Valiño, mando en las campañas de Guipuzcoa y Vizcaya.

Lo llevaron a una prisión en Vitoria y de ahí al penal del monasterio de San Pedro de Cardeña en Burgos. Hizo trabajos forzados en el Batallón de San Marcial recogiendo y desactivando bombas en Belchite.

Cuando lo devolvieron a Cardeña, como tenía pasaporte cubano, lo metieron con los presos de las Brigadas Internacionales junto a cuatro cubanos, uno de ellos negro. En 1941 el gobierno de Franco negoció el regreso de los brigadistas con Cuba, algunos de la Brigada Lincoln y así “entró en las bodegas de un barco como una rata y salió en el puerto de La Habana como un héroe”, explica Capell.

Con la Segunda Guerra Mundial en marcha quiso seguir combatiendo al fascismo y a Franco y de La Habana salió hacia Florida y de allí a Nueva York donde quiso alistarse en la marina de guerra.

No lo admitieron.

Entonces fue a la marina mercante y volvió a ver la muerte cerca cuando sonaban las alarmas en los barcos rumbo a Inglaterra atacados por los submarinos alemanes. Vio hundirse un barco y rescataron a algunos de los marineros.

Cuando le preguntaba en qué había trabajado en su vida, Alfonso le habló a Capell de “The New York Times”. Estuvo empleado en la distribución del periódico y reventó una huelga de reparto organizada por Jimmy Hoffa, el sindicalista del transporte relacionado con la mafia.

“El periódico se repartía por mis cojones y si hacía falta lo repartía yo”, le contó a Capell. La fotografía junto a Robert Kennedy, fiscal general de JFK, se hizo por ese motivo de haber reventado una huelga.

Para decir italiano, Alfonso siempre usaba la expresión “spaghetti de mierda”. “Si en el barrio me llamaban italiano les pegaba dos hostias”, aseguraba Díaz Canellada.